Recién había cumplido tres años de edad cuando apareció la revista Patoruzú, que mis padres compraron desde el primer número. Aún no sabía leer e ignoro si ellos me leían el argumento en forma fidedigna, pero tengo muy presentes aquellos dibujos que incidieron posteriormente en mi propia formación: el Toba monstruo, Ben Turquín, el pirata Garfio, el Gran Duque de la Mancha, Jonas y la ballena, Gastón, el Hombre de las mil caras, el “Florista”, el Hombre sin piernas, Boris y Brutus, X-215, Bombón…
Los lunes y los miércoles tenían para mí un atractivo muy especial por obra y gracia del diariero que traía Patoruzú los lunes, y el Suplemento Multicolor de Crítica los miércoles; es cierto que también los lunes Crítica incluía un suplemento multicolor, pero de historietas serias, y desde esa temprana edad ya me sentía inclinado hacia los personajes de historieta cómica. Admiraba y había aprendido a dibujar “de memoria” aunque a mi manera, a personajes como Patoruzú, Espagueti (como conocí a Popeye, rebautizado así por Horacio Rega Molina en el diario fundado por Botana), el ratón Mickey, el pato Donald, el perro Pluto.
Con el tiempo, los personajes de Walt Disney ejercieron sobre mí su máxima atracción, a la que contribuyó, sin duda, el ver a esos mismos personajes “moviéndose” y hablando mediante la magia del cine de dibujos animados. Claro que junto con esa atracción fue creciendo en mí la fantasía de querer llegar a ser un dibujante muy importante, y en ese momento mi arquetipo era indudablemente Walt Disney, a pesar de que mi ídolo en la ficción era el indio Patoruzú.
Con tales modelos, era lógico que yo aspirara a convertirme en un dibujante de neto corte tradicional y experimentara un rechazo hacia estilos que se apartaban de esa línea, como el de George Herriman (El Gato Loco, personaje al que le cambiaron el sexo en “Crítica”), Cliff Sterret (Don Jacobo en la Argentina), Otto Soglow (El Rey petiso) y otros, que después apreciaría en todo su valor.
Como lector también pude, sin embargo, valorar tempranamente la importancia de los llamados dibujantes “serios”; gracias a ellos han trascendido muchísimo más los grandes personajes de la literatura que si su espacio sólo hubiera quedado circunscripto a los libros que los lanzaron. ¿Cuántos más conocen a Don Quijote de la Mancha por las versiones historietísticas que los que lo conocen por haber leído directamente la obra de Cervantes? ¿Serían tan conocidos los personajes de Shakespeare, Edmundo Rostand, Victor Hugo, Alejandro Dumas, León Tolstoi, Julio Verne, Emilio Salgari, y tantos otros autores, si sus obras no hubieran llegado masivamente a la infancia consumidora de revistas de historietas como “Intervalo”, “Aventuras” y otras del género, ilustradas por dibujantes como D’Adderio, Alberto Breccia, Luis A. Dominguez, José L. Salinas, Novelle, Carlos Raineri, José Salomón, José M. Taggino, Angel Borisoff, Horacio Lalia…
¿Quién logra graficar y comunicar lo que imagina, mejor que el dibujante? Y no sólo lo descripto por los novelistas. A través de escuetos testimonios, dibujantes como Pedro de Rojas y su sucesor en “Crítica”, Pascual Güida, mostraban gràficamente a travès de su pluma, lo que las cámaras fotográficas no habían llegado a tiempo para captar. Alcancé a ver dibujar a Güida cuando ingresé al diario fundado por Botana, a la sección “Dibujantes” que compartía además, con Molas y Héctor (el creador de El Nuevo Rico), y con Silvio Della Porta, también dibujante de historietas serias en la revista “Pandilla”.
Mi perfeccionamiento en la técnica del dibujo lo había hecho con Juan Oliva, que en aquella época publicitaba bastante su academia de la calle Victoria 1396 (hoy Hipólito Yrigoyen), en la Capital Federal.
Había concurrido aproximadamente un año, y en los últimos tiempos tuve con Oliva algunas discrepancias sobre los valores de los diferentes estilos. Curiosamente, al mismo tiempo que avanzaba mi aprendizaje en el dibujo de corte tradicional, aumentaba mi favoritismo por otro dibujo más moderno, con estilos “grotescos” (según se los calificaba en la academia).
A partir de ahí me sentí desubicado en la academia de dibujo; aunque pudiera resignarme a que se cuestionase lo que yo empezaba a ensayar, no me resultaba digerible se me dijera que dos dibujantes modernos como Oski o Juan Ángel Cotta, que se destacaban en distintos medios, “no sabían dibujar”.
Yo gustaba de sus estilos a partir de la aparición de “Rico Tipo” a fines de 1944, revista en la que colaboraría tres lustros después, y de la que al cabo de otros tres lustros, rescataría para mi propia revista a Pedro Seguí, a quien admiraba en “Rico Tipo”, lo mismo que a Divito, Iribarren, Bourse, Fantasio, Muñiz, Toño Gallo, Rafael Martinez, Calé, Mezzadra, Goz y otros.
De todos modos, la enseñanza de Juan Oliva influiría en la evolución de mi dibujo, que seguía siendo de corte clásico, pero con un concepto más académico.
Claro que esto sólo se manifestó hasta que se publicó mi primera colaboración “pro-fe-sio-nal”
No sé si “deslumbramiento” será la palabra más acertada para definir lo que a uno le producía en aquellos años, todo lo que rodeaba a su primera publicación. Me refiero a la primera colaboración como “colaborador” –valga la redundancia– porque antes uno podía colaborar en la sección “Dibujos de los lectores” de la mayoría de las revistas infantiles (yo lo hice en la de la revista “Ra-Ta-Plan”).
Puedo considerar por lo tanto a “Cascabel” como la primera revista donde colaboré “profesionalmente”, corolario de un largo proceso iniciado por correspondencia y bajo seudónimo circunstancial, con dibujos que merecieron respuestas como ésta:
“Nos gustan sus dibujos, pero para nosotros solos”.
Después comenzó el “bombardeo” de dibujos -aún impublicables, al menos desde la óptica de la revista-, pero a través de visitas regulares a la redacción, que quedaba en el segundo subsuelo de un edificio hoy inexistente de San Martín 50.
Yo había penetrado en ese mundo que me deslumbraba y era lógico que todo lo que lo rodeaba, ejerciera un atractivo sobre mí: desde el olor característico del subterráneo con el que llegaba hasta la estación Perú, hasta el olor a tinta fresca del ejemplar recién impreso que me obsequiaban ¡un día antes de que estuviera en la calle! Aquello me parecía casi mágico, y me sentía como Dick Powell recibiendo el diario anticipado que traía Larry, el viejito de la película “Hoy es mañana”, de René Clair.
Pero “Cascabel” ya no duraría mucho. Comprometida antes de las elecciones con sectores políticos perdidosos, se hallaba económicamente mal y era apenas un reflejo del “Cascabel” de sus años de esplendor, cuando traía las tapas a todo color de Atilio (De Angeli), Rober-Tito (Alvaro Roberto Ortiz), Caballé, Liotta o Abel Ianiro, que continuaban en la contratapa con la propaganda de Geniol; cuando sus páginas incluían la caricatura política internacional de Flax (Lino Palacio), el Cuaderno de César Bruto con dibujos de Oski (que figuraba como dibujos del autor, lo que dio lugar a que muchos creyeran por bastante tiempo que César Bruto –Carlos V. Warnes– y Oski eran una misma persona)…
Si bien algunos habían dejado de pertenecer a “Cascabel” antes de que yo me vinculara a la revista, conocí personalmente a otros -además del dibujante Atilio De Angeli y el cadete Enrique Lipszyc, que Atilio mostró en una caricatura publicada en “Cascabel”, llevando un alfiler mientras protestaba:
–¡Puf… puf!… ¡Me matan trabajando!
Reparo especialmente en ello porque con ambos volvería a encontrarme seis años después; De Angeli participaría en una exposición humorística organizada por mí en 1953, y a Lipszyc lo reencontraría convertido en director de la Escuela Norteamericana de Arte “Alex Raymond” (después rebautizada Escuela Panamericana de Arte), a través de la cual editaría el libro “El Dibujo a través del temperamento de 150 famosos artistas”. Alguien que supo sacar buen provecho del dibujo, sin dibujar.
El Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, al que concurrí por primera vez en 1952 invitado por su fundador Vicente Vaccaro, me brindó el privilegio de conocer personalmente a Ramón Columba, Eduardo Alvarez, Juan Carlos Huergo, Arístides Rechain, Alejandro Sirio, Tristán, Raúl Valencia, Molina Campos, González Fossat, Ernesto Aguilar, Martinez Ferrer, Martinez Parma, Francisco Palomar (Fapa), José Cardona (el que publicaba 12 caricaturas deportivas diarias en el matutino “El Mundo”)…
La exposición organizada por mí –la primera de ellas, pues hubo muchas más- a la que me referí al pasar, unas líneas más arriba, en la que conté con la colaboración de dos dibujantes que conocí en el Museo de la Caricatura –El “Mono” Villanueva y Marcos Siderman- tuvo lugar en la Galería Picasso, que estaba ubicada en la calle Florida, por esos años la preferida de los expositores, y se llevó a cabo en dos etapas sin solución de continuidad: la primera, con la participación nuestra más la de Ramón Columba, Lino Palacio, Divito, Héctor, Toño Gallo, Abel Ianiro y Luis J. Medrano; la segunda, con Alberto Alfano, Eduardo Álvarez, Guillermo Ares, Justo Balza, Bayón (Narciso González), Alberto Breccia, Ramón Caballé, Humberto L. Caputi, Ramón Columba, Juan Ángel Cotta, Federico Norberto Daloisio, Andreu Dameson, Héctor (Rodríguez), Pascual Güida, Juan Carlos Huergo, Landrú (Juan C. Colombres), Elso (Spertino), Fantasio (Juan Gálvez Elorza), Carlos Garaycochea, Guillermo Guerrero, Atilio De Angeli, José Antonio Guillermo Divito, Francisco Delbueno, Miguel Ángel Dobal, Saverio Lotito, Raúl Manteola, Luis Macaya (h), Ermete Meliante, Fernando Sarlo, Pedro Seguí, Marcos Siderman, Arístides Rechain, Rober-Tito (Alvaro Roberto Ortiz), Arturo Rovegno, Antonio Sanguinetti, Florencio Molina Campos, Roberto Mezzadra, Jorge Palacio, Francho (Arnoldo Franchioni), Serviliano Solís, Jorge Sturla, Ricardo de Udaeta, Raúl Valencia, Juan Verona, José Pedrido Villanueva, y yo, quedando fuera de catálogo por sumarse a la muestra cuando aquel se estaba imprimiendo, Teófilo Dabbah, Greco, Germán Loperena Vernet, Luis J. Medrano y Pedro Suñol.
Después compartiría con algunos de ellos y con otros colegas, las páginas de muchas revistas: Mirco, Urtiaga, Rubial, Daloisio, Nelly Oesterheld, Chacha (hermana de Oski), en “Mundo Infantil”; Lino Palacio, Rafael Martinez, Oski, Bruveris, Lanteri, Evaristo de la Portilla, Domingo Villafañe, Toño Gallo… en “El Hogar”; Filip, Helso, Criado, De Martino, Sarlo, Alfonsín, Ferroni, Aboy, Camblor, Celus… en “Tío Vivo”; Faruk, Oto, Quino, Bayón, Basurto, Sofo, Gambi, Grondona White, Nowens, Vilar, Gigante, Kalondi, Rody, Lubrin, Berry-No, Tomé, Costantini, Sapia, Gorosito, Aznar, Carenzo, Oscapi, Vergara, Aranda, Tomati, Exiquio, Irañeta, Borello, Villarreal, Herman, 100-Cia, Viuti, Cilencio, Manucho, Ceretti, Selbor, Rafael A. Del Zoppo, Suar, Lawry… en “Tía Vicenta”; Oski, Bourse, Mazzone, Fantasio, Toño Gallo, Ianiro, Guerrero, Liotta, Andrino, Aboy, Alfredo Olivera, José M. Heredia, Carlos Gomez… en “Rico Tipo”; Toño Gallo, Ianiro, Calé, Quino, Enrique Couso, Garaycochea… en “Dr. Merengue”; Ianiro, Toño Gallo, De los Ríos… en “Canal TV”; Fresán, Catú, Nowens, Carlos Parera… en “4 Patas”; Amengual, Brascó, Bróccoli, Napoleón, Pérez D’Elías… en “La Hipotenusa”; Ceo, Werffeli, Aldo Rivero, Lembó, Góngora, Fontanarrosa, Pratico, Caloi, Inos Bofres, Brummel, Lombar… en “Tío Landrú”; Roberto Mezzadra, Robin, García Veiga… en “Croniquita”…
¡Cómo memorizar los nombres de todos los que recorrieron conmigo este camino antes y durante la existencia de mi propia revista!
Por las páginas de “Humorón” desfilaron, junto a humoristas y no humoristas consagrados, muchos jóvenes valores, figurando en la lista varios colaboradores espontáneos de los que sólo conocí los dibujos que me enviaban. Entre unos y otros puedo mencionar a Serguei (Sergio Goizauskas), Faruk, Limura, Norberto Vecchio, Pedro Seguí, Govio, Dol (Héctor M. Sídoli), Guerrero, Garaycochea, Toño Gallo, Larki (desde Córdoba), Aníbal Colman, Alfredo Olivera, Cilencio, Raúl Diana, Ramiro, Tanoira, Meyer, Mercado, Rubino, Inés Villares, Carlos Alberto Massari, Guille, Perrone, Lindon, Marín, Boris, Alberto Spolo, Kapros, Ricardo Sauthier (desde Entre Ríos), Kuchillo, Rolo, Gaby, Rubén Beltrán, Black, Campos…
Y cuando decidí reeditar en Morón, una exposición como la que había realizado en la galería de la porteña calle Florida 23 años atrás, pude contar con Aboy, Basurto, Blotta, Brascó, Busu, Camblor, Cundri, Raúl Diana, Geno Díaz, Dobal, Dol, Daniel Duel, Faruk, Ferro, Toño Gallo, Garaycochea, Guerrero, Ibáñez, Landrú, Lembó, Limura, Julio Olivera, Lino Palacio, Carlos Paura, Magallanes, Mercado, Sergio y Fernando Ríos, Ruiz, Pedro Seguí, Satti, Tito Sol, Torino, Jorge Toro y Vilar.
En el Día del Dibujante quiero saludar a todos mis colegas de todos los tiempos, incluído el presente en que los veteranos podemos sentirnos firmemente apoyados por las jóvenes generaciones como la que desde el Museo de la Caricatura nos hace sentir cada día qué importante es el dibujante en la vida de los demás (y por supuesto, en la propia). De muchos de los colegas a quienes va dirigido este saludo, antes fuí ávido lector en la infancia y en la adolescencia. No voy a decir que saludo a los que están y a los que ya no están, porque todos siguen estando en el recuerdo a través de su obra que los inmortaliza, porque el dibujante tiene su día en el año, pero para él, todos los días, o todas las semanas, o todos los meses –según la periodicidad del medio en que publica-, es el Día del Lector, al que está consagrada su tarea habitual.
¡FELIZ DIA, COLEGAS DIBUJANTES DE TODOS LOS TIEMPOS, AQUI O EN CUALQUIER OTRO PLANO EN EL QUE SEGURAMENTE NOS REENCONTRAREMOS!
Oscar Vázquez Lucio (Siulnas)
Los lunes y los miércoles tenían para mí un atractivo muy especial por obra y gracia del diariero que traía Patoruzú los lunes, y el Suplemento Multicolor de Crítica los miércoles; es cierto que también los lunes Crítica incluía un suplemento multicolor, pero de historietas serias, y desde esa temprana edad ya me sentía inclinado hacia los personajes de historieta cómica. Admiraba y había aprendido a dibujar “de memoria” aunque a mi manera, a personajes como Patoruzú, Espagueti (como conocí a Popeye, rebautizado así por Horacio Rega Molina en el diario fundado por Botana), el ratón Mickey, el pato Donald, el perro Pluto.
Con el tiempo, los personajes de Walt Disney ejercieron sobre mí su máxima atracción, a la que contribuyó, sin duda, el ver a esos mismos personajes “moviéndose” y hablando mediante la magia del cine de dibujos animados. Claro que junto con esa atracción fue creciendo en mí la fantasía de querer llegar a ser un dibujante muy importante, y en ese momento mi arquetipo era indudablemente Walt Disney, a pesar de que mi ídolo en la ficción era el indio Patoruzú.
Con tales modelos, era lógico que yo aspirara a convertirme en un dibujante de neto corte tradicional y experimentara un rechazo hacia estilos que se apartaban de esa línea, como el de George Herriman (El Gato Loco, personaje al que le cambiaron el sexo en “Crítica”), Cliff Sterret (Don Jacobo en la Argentina), Otto Soglow (El Rey petiso) y otros, que después apreciaría en todo su valor.
Como lector también pude, sin embargo, valorar tempranamente la importancia de los llamados dibujantes “serios”; gracias a ellos han trascendido muchísimo más los grandes personajes de la literatura que si su espacio sólo hubiera quedado circunscripto a los libros que los lanzaron. ¿Cuántos más conocen a Don Quijote de la Mancha por las versiones historietísticas que los que lo conocen por haber leído directamente la obra de Cervantes? ¿Serían tan conocidos los personajes de Shakespeare, Edmundo Rostand, Victor Hugo, Alejandro Dumas, León Tolstoi, Julio Verne, Emilio Salgari, y tantos otros autores, si sus obras no hubieran llegado masivamente a la infancia consumidora de revistas de historietas como “Intervalo”, “Aventuras” y otras del género, ilustradas por dibujantes como D’Adderio, Alberto Breccia, Luis A. Dominguez, José L. Salinas, Novelle, Carlos Raineri, José Salomón, José M. Taggino, Angel Borisoff, Horacio Lalia…
¿Quién logra graficar y comunicar lo que imagina, mejor que el dibujante? Y no sólo lo descripto por los novelistas. A través de escuetos testimonios, dibujantes como Pedro de Rojas y su sucesor en “Crítica”, Pascual Güida, mostraban gràficamente a travès de su pluma, lo que las cámaras fotográficas no habían llegado a tiempo para captar. Alcancé a ver dibujar a Güida cuando ingresé al diario fundado por Botana, a la sección “Dibujantes” que compartía además, con Molas y Héctor (el creador de El Nuevo Rico), y con Silvio Della Porta, también dibujante de historietas serias en la revista “Pandilla”.
Mi perfeccionamiento en la técnica del dibujo lo había hecho con Juan Oliva, que en aquella época publicitaba bastante su academia de la calle Victoria 1396 (hoy Hipólito Yrigoyen), en la Capital Federal.
Había concurrido aproximadamente un año, y en los últimos tiempos tuve con Oliva algunas discrepancias sobre los valores de los diferentes estilos. Curiosamente, al mismo tiempo que avanzaba mi aprendizaje en el dibujo de corte tradicional, aumentaba mi favoritismo por otro dibujo más moderno, con estilos “grotescos” (según se los calificaba en la academia).
A partir de ahí me sentí desubicado en la academia de dibujo; aunque pudiera resignarme a que se cuestionase lo que yo empezaba a ensayar, no me resultaba digerible se me dijera que dos dibujantes modernos como Oski o Juan Ángel Cotta, que se destacaban en distintos medios, “no sabían dibujar”.
Yo gustaba de sus estilos a partir de la aparición de “Rico Tipo” a fines de 1944, revista en la que colaboraría tres lustros después, y de la que al cabo de otros tres lustros, rescataría para mi propia revista a Pedro Seguí, a quien admiraba en “Rico Tipo”, lo mismo que a Divito, Iribarren, Bourse, Fantasio, Muñiz, Toño Gallo, Rafael Martinez, Calé, Mezzadra, Goz y otros.
De todos modos, la enseñanza de Juan Oliva influiría en la evolución de mi dibujo, que seguía siendo de corte clásico, pero con un concepto más académico.
Claro que esto sólo se manifestó hasta que se publicó mi primera colaboración “pro-fe-sio-nal”
No sé si “deslumbramiento” será la palabra más acertada para definir lo que a uno le producía en aquellos años, todo lo que rodeaba a su primera publicación. Me refiero a la primera colaboración como “colaborador” –valga la redundancia– porque antes uno podía colaborar en la sección “Dibujos de los lectores” de la mayoría de las revistas infantiles (yo lo hice en la de la revista “Ra-Ta-Plan”).
Puedo considerar por lo tanto a “Cascabel” como la primera revista donde colaboré “profesionalmente”, corolario de un largo proceso iniciado por correspondencia y bajo seudónimo circunstancial, con dibujos que merecieron respuestas como ésta:
“Nos gustan sus dibujos, pero para nosotros solos”.
Después comenzó el “bombardeo” de dibujos -aún impublicables, al menos desde la óptica de la revista-, pero a través de visitas regulares a la redacción, que quedaba en el segundo subsuelo de un edificio hoy inexistente de San Martín 50.
Yo había penetrado en ese mundo que me deslumbraba y era lógico que todo lo que lo rodeaba, ejerciera un atractivo sobre mí: desde el olor característico del subterráneo con el que llegaba hasta la estación Perú, hasta el olor a tinta fresca del ejemplar recién impreso que me obsequiaban ¡un día antes de que estuviera en la calle! Aquello me parecía casi mágico, y me sentía como Dick Powell recibiendo el diario anticipado que traía Larry, el viejito de la película “Hoy es mañana”, de René Clair.
Pero “Cascabel” ya no duraría mucho. Comprometida antes de las elecciones con sectores políticos perdidosos, se hallaba económicamente mal y era apenas un reflejo del “Cascabel” de sus años de esplendor, cuando traía las tapas a todo color de Atilio (De Angeli), Rober-Tito (Alvaro Roberto Ortiz), Caballé, Liotta o Abel Ianiro, que continuaban en la contratapa con la propaganda de Geniol; cuando sus páginas incluían la caricatura política internacional de Flax (Lino Palacio), el Cuaderno de César Bruto con dibujos de Oski (que figuraba como dibujos del autor, lo que dio lugar a que muchos creyeran por bastante tiempo que César Bruto –Carlos V. Warnes– y Oski eran una misma persona)…
Si bien algunos habían dejado de pertenecer a “Cascabel” antes de que yo me vinculara a la revista, conocí personalmente a otros -además del dibujante Atilio De Angeli y el cadete Enrique Lipszyc, que Atilio mostró en una caricatura publicada en “Cascabel”, llevando un alfiler mientras protestaba:
–¡Puf… puf!… ¡Me matan trabajando!
Reparo especialmente en ello porque con ambos volvería a encontrarme seis años después; De Angeli participaría en una exposición humorística organizada por mí en 1953, y a Lipszyc lo reencontraría convertido en director de la Escuela Norteamericana de Arte “Alex Raymond” (después rebautizada Escuela Panamericana de Arte), a través de la cual editaría el libro “El Dibujo a través del temperamento de 150 famosos artistas”. Alguien que supo sacar buen provecho del dibujo, sin dibujar.
El Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, al que concurrí por primera vez en 1952 invitado por su fundador Vicente Vaccaro, me brindó el privilegio de conocer personalmente a Ramón Columba, Eduardo Alvarez, Juan Carlos Huergo, Arístides Rechain, Alejandro Sirio, Tristán, Raúl Valencia, Molina Campos, González Fossat, Ernesto Aguilar, Martinez Ferrer, Martinez Parma, Francisco Palomar (Fapa), José Cardona (el que publicaba 12 caricaturas deportivas diarias en el matutino “El Mundo”)…
La exposición organizada por mí –la primera de ellas, pues hubo muchas más- a la que me referí al pasar, unas líneas más arriba, en la que conté con la colaboración de dos dibujantes que conocí en el Museo de la Caricatura –El “Mono” Villanueva y Marcos Siderman- tuvo lugar en la Galería Picasso, que estaba ubicada en la calle Florida, por esos años la preferida de los expositores, y se llevó a cabo en dos etapas sin solución de continuidad: la primera, con la participación nuestra más la de Ramón Columba, Lino Palacio, Divito, Héctor, Toño Gallo, Abel Ianiro y Luis J. Medrano; la segunda, con Alberto Alfano, Eduardo Álvarez, Guillermo Ares, Justo Balza, Bayón (Narciso González), Alberto Breccia, Ramón Caballé, Humberto L. Caputi, Ramón Columba, Juan Ángel Cotta, Federico Norberto Daloisio, Andreu Dameson, Héctor (Rodríguez), Pascual Güida, Juan Carlos Huergo, Landrú (Juan C. Colombres), Elso (Spertino), Fantasio (Juan Gálvez Elorza), Carlos Garaycochea, Guillermo Guerrero, Atilio De Angeli, José Antonio Guillermo Divito, Francisco Delbueno, Miguel Ángel Dobal, Saverio Lotito, Raúl Manteola, Luis Macaya (h), Ermete Meliante, Fernando Sarlo, Pedro Seguí, Marcos Siderman, Arístides Rechain, Rober-Tito (Alvaro Roberto Ortiz), Arturo Rovegno, Antonio Sanguinetti, Florencio Molina Campos, Roberto Mezzadra, Jorge Palacio, Francho (Arnoldo Franchioni), Serviliano Solís, Jorge Sturla, Ricardo de Udaeta, Raúl Valencia, Juan Verona, José Pedrido Villanueva, y yo, quedando fuera de catálogo por sumarse a la muestra cuando aquel se estaba imprimiendo, Teófilo Dabbah, Greco, Germán Loperena Vernet, Luis J. Medrano y Pedro Suñol.
Después compartiría con algunos de ellos y con otros colegas, las páginas de muchas revistas: Mirco, Urtiaga, Rubial, Daloisio, Nelly Oesterheld, Chacha (hermana de Oski), en “Mundo Infantil”; Lino Palacio, Rafael Martinez, Oski, Bruveris, Lanteri, Evaristo de la Portilla, Domingo Villafañe, Toño Gallo… en “El Hogar”; Filip, Helso, Criado, De Martino, Sarlo, Alfonsín, Ferroni, Aboy, Camblor, Celus… en “Tío Vivo”; Faruk, Oto, Quino, Bayón, Basurto, Sofo, Gambi, Grondona White, Nowens, Vilar, Gigante, Kalondi, Rody, Lubrin, Berry-No, Tomé, Costantini, Sapia, Gorosito, Aznar, Carenzo, Oscapi, Vergara, Aranda, Tomati, Exiquio, Irañeta, Borello, Villarreal, Herman, 100-Cia, Viuti, Cilencio, Manucho, Ceretti, Selbor, Rafael A. Del Zoppo, Suar, Lawry… en “Tía Vicenta”; Oski, Bourse, Mazzone, Fantasio, Toño Gallo, Ianiro, Guerrero, Liotta, Andrino, Aboy, Alfredo Olivera, José M. Heredia, Carlos Gomez… en “Rico Tipo”; Toño Gallo, Ianiro, Calé, Quino, Enrique Couso, Garaycochea… en “Dr. Merengue”; Ianiro, Toño Gallo, De los Ríos… en “Canal TV”; Fresán, Catú, Nowens, Carlos Parera… en “4 Patas”; Amengual, Brascó, Bróccoli, Napoleón, Pérez D’Elías… en “La Hipotenusa”; Ceo, Werffeli, Aldo Rivero, Lembó, Góngora, Fontanarrosa, Pratico, Caloi, Inos Bofres, Brummel, Lombar… en “Tío Landrú”; Roberto Mezzadra, Robin, García Veiga… en “Croniquita”…
¡Cómo memorizar los nombres de todos los que recorrieron conmigo este camino antes y durante la existencia de mi propia revista!
Por las páginas de “Humorón” desfilaron, junto a humoristas y no humoristas consagrados, muchos jóvenes valores, figurando en la lista varios colaboradores espontáneos de los que sólo conocí los dibujos que me enviaban. Entre unos y otros puedo mencionar a Serguei (Sergio Goizauskas), Faruk, Limura, Norberto Vecchio, Pedro Seguí, Govio, Dol (Héctor M. Sídoli), Guerrero, Garaycochea, Toño Gallo, Larki (desde Córdoba), Aníbal Colman, Alfredo Olivera, Cilencio, Raúl Diana, Ramiro, Tanoira, Meyer, Mercado, Rubino, Inés Villares, Carlos Alberto Massari, Guille, Perrone, Lindon, Marín, Boris, Alberto Spolo, Kapros, Ricardo Sauthier (desde Entre Ríos), Kuchillo, Rolo, Gaby, Rubén Beltrán, Black, Campos…
Y cuando decidí reeditar en Morón, una exposición como la que había realizado en la galería de la porteña calle Florida 23 años atrás, pude contar con Aboy, Basurto, Blotta, Brascó, Busu, Camblor, Cundri, Raúl Diana, Geno Díaz, Dobal, Dol, Daniel Duel, Faruk, Ferro, Toño Gallo, Garaycochea, Guerrero, Ibáñez, Landrú, Lembó, Limura, Julio Olivera, Lino Palacio, Carlos Paura, Magallanes, Mercado, Sergio y Fernando Ríos, Ruiz, Pedro Seguí, Satti, Tito Sol, Torino, Jorge Toro y Vilar.
En el Día del Dibujante quiero saludar a todos mis colegas de todos los tiempos, incluído el presente en que los veteranos podemos sentirnos firmemente apoyados por las jóvenes generaciones como la que desde el Museo de la Caricatura nos hace sentir cada día qué importante es el dibujante en la vida de los demás (y por supuesto, en la propia). De muchos de los colegas a quienes va dirigido este saludo, antes fuí ávido lector en la infancia y en la adolescencia. No voy a decir que saludo a los que están y a los que ya no están, porque todos siguen estando en el recuerdo a través de su obra que los inmortaliza, porque el dibujante tiene su día en el año, pero para él, todos los días, o todas las semanas, o todos los meses –según la periodicidad del medio en que publica-, es el Día del Lector, al que está consagrada su tarea habitual.
¡FELIZ DIA, COLEGAS DIBUJANTES DE TODOS LOS TIEMPOS, AQUI O EN CUALQUIER OTRO PLANO EN EL QUE SEGURAMENTE NOS REENCONTRAREMOS!
Oscar Vázquez Lucio (Siulnas)
1 comentario:
Que placer leer y recordar un poco la historia de tan grandes dibujantes, forman parte también de mis recuerdos e historia, soy nieto de Justo Balza, y mas de una vez acompañaba y escuchaba sus maravillosas historias, con Molina Campos y A.Sirio , ir a su departamento era toda una aventura donde siempre sacaba alguna anecdota ó pinturas en especial de Sirio del que era una admirador. Saludos y gracias por traerlo a la memoria.
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