domingo, 30 de octubre de 2011

A OROPÓSITO DE LA CAMPAÑA "260 HOMBRES CONTRA EL MACHISMO"

Ilustración: Caricatura no machista publicada por Sócrates en "Tiempo Argentino".


El humor, las mujeres y la Presidenta

Actualmente a nadie le sorprende hallar firmas femeninas al pie de dibujos humorísticos, caricaturas o textos festivos, pero hasta mediados del siglo XX, existía el estulto prejuicio de que a la mujer no le gustaba el humor, y obviamente, no podía haber mujeres humoristas. En 1965, ante la pregunta “¿Por qué no habrá mujeres humoristas?” que nos hicieron en un reportaje compartido en la revista femenina “Para Tí”, Divito opinó que “porque tienen bastante poco sentido del humor”, en tanto Garaycochea consideró que “porque la mujer siente una especie de rechazo al ridículo”; Quino aceptó que “siempre se lo había preguntado”.
Sin embargo, y sin que ninguno lo supiera –incluso yo, que aún no había empezado a investigar la historia del humor– tres décadas antes, ya había pasado por esa misma revista la escritora Matilde Velaz Palacios, autora de los guiones de una historieta muy popular en aquellos años, titulada El tío Migajas y Lucerito.
También por los años 30 se destacaban los comentarios humorísticos ilustrados con caricaturas que aparecían en la revista “Sintonía”, firmados por Mitzi; su nombre verdadero era Marina Esther Traverso, pero después sería famosa en la radiofonía y en el cine, con el seudónimo de Niní Marshall.
Claro que la labor más prolífica en su incursión en el humor, la desarrolló a partir de los años 40 y hasta su muerte en 1973, María Esther Del Grosso, quien utilizó diversos seudónimos en el semanario “Patoruzú”, la mayoría de ellos, masculinos: M. E. de Montaldo, Mireya, Paul Vareda, Carlos Rigel, Rolando Lamar, El loro de la casa, Pie de Plomo… Son de su autoría en esa revista, Indiscreciones de un poste de azotea, Diana y la tía Paca, Todavía está a tiempo y Cómo trabajan ellas, una semblanza en la que se ocupaba de sus congéneres abocadas a tareas profesionales, cuando aún muchos no se habían desprendido del prejuicio de que “el lugar de la mujer está en la casa”.
Un prejuicio exacerbado en el siglo XIX, como pudo comprobarlo la educadora argentina Juana Paula Manso de Noronha, tras hacerse eco el diario “La Tribuna” de Buenos Aires, de un artículo publicado en “El Independiente” de Chile, defendiendo los derechos femeninos.
El 29 de octubre de 1865, en el periódico satírico “El Mosquito”, bajo el título “La mujer, sus derechos, sus siniestros y otras legumbres”, se publicó la respuesta “masculina”, o para ser más precisos, “machista”, aunque muy a tono para esa época:
“Grande ha sido nuestro asombro –comienzan expresando–, al notar el poco caso que han hecho los diarios porteños, de los artículos en que el Independiente, de Chile, se hace el ardiente defensor de un sexo oprimido y esclavizado por la bárbara sociedad moderna.
“Algunos diarios sólo se han ocupado de dichos artículos para condenarlos sin discutirlos.
“Ninguna voz se ha levantado para reclamar contra tamaña impertinencia.
“Ningún órgano varonil, ninguna elocuencia barbuda se ha hecho oír en este caso.
“La literatura en calzoncillos, ha guardado un profundo y culpable silencio.
“Pero en cambio, un contralto femenino se ha hecho oír discutiendo los derechos y los izquierdos del caso.
“Da. Juana Manso nos ha electrizado con el lucido artículo que publicara la Tribuna del 26, y después de ella nadie podrá subirse a la misma altura y considerar la cuestión de un punto de vista tan elevado. Puede sacarse la escalera…”
Y agrega lo que en 1865 habrá provocado tanta indignación como sonrisas femeninas merecería ahora:
“…¡No Juana Manso, no! No serás sola en tomar la defensa del sexo a que perteneces!
“Te ayudaremos a hacer la mujer electora, elegible, empleada, etc., etc. La razón debe seguir su curso natural y es muy claro que la mujer tiene el derecho de elegir, tenga también el de legislar, de votar el presupuesto, de dirigir, reglamentar y administrar.
“En cuanto a la pretendida misión de la mujer, la negamos con toda energía.
“Los trabajos domésticos no son de ningún modo incompatibles con los deberes políticos y otros; solamente es de toda justicia que sean repartidos. El hombre será casero un día, la mujer el día siguiente, etc., etc.
“La inspección de la cocina, de la ropa sucia, de los remiendos, tocará alternativamente a uno y otro sexo. El cuidado de los niños será repartido del mismo modo, excepción de los que la naturaleza, que sin duda no había pensado en los derechos electorales y políticos de la mujer, ha hecho apanage (sic) exclusivo de la hembra.”
Y enfatiza:
“Pero la reforma debe ser completa. Es preciso para bien sentar el principio, empezar con un gran golpe.
“Nuestro folleto propondrá la candidatura de una mujer para la Presidencia de la República, el gabinete deberá ser pollerudo y es indispensable que desde ya las mujeres sean representadas en todas las fracciones o clases del cuerpo social.
“Que entren en el ejército, en la magistratura, en la policía, en el sacerdocio…”
Se me ocurre que lo transcripto de “El Mosquito”, que hace 146 años hizo reír a los hombres, ahora hará sonreír a las mujeres.
Claro que la sonrisa actual está precedida por muchos años de lágrimas de impotencia, provocadas por un absurdo machismo –aún no erradicado totalmente de muchas mentes masculinas (y lo que es peor, no pocas femeninas)– que en un pasado no tan lejano hasta negó a las mujeres “honestas” el derecho de gozar sexualmente a la par de su respectivo consorte.
Fue relativo el avance que significó la ley Sáenz Peña al aplicarse exclusivamente a votantes del sexo masculino, baste recordar la lucha de la doctora Alicia Moreau en obtener los mismos derechos para “la otra parte” del país. Gracias a sus justicieros testimonios, se saben los nombres de otras mujeres que la secundaron en esa lucha por entonces desigual: Belén de Zárraga, Sara Justo, Alicia Rawson de Dellepiane, Julieta Lanteri, Julia García Games… No les fue fácil; hubo que esperar que surgiera otra mujer con esas mismas ideas, pero con las posibilidades que sólo otorgaba la condición de esposa de un presidente con plenos poderes, como lo era en 1951 María Eva Duarte de Perón.
Hace 60 años, Eva logró lo máximo que entonces podía lograr la mujer de un presidente con real poder, aunque acotado; su posterior renunciamiento a la candidatura vicepresidencial no era impuesto sólo por el avance de su enfermedad y la proximidad de su muerte: el machismo de quienes apoyaban y sostenían a Perón y el propio machismo de este, fueron tan decisivos como el inoportuno –¿o lamentablemente oportuno para algunos?– cáncer. De todos modos, Perón ya había admitido lo que se reafirmaría con el tiempo: “Desde el comienzo me dí cuenta de que estaba frente a un ser extraordinario –respondió al referirse a cuando había conocido a Evita–. A esto se le unía la influencia de cuanto había visto en Europa. Pensaba si ya no era hora de que la mujer interviniese en los asuntos argentinos, aunque más no fuera para demostrar que no lo harian peor que nosotros.”
Lamentablemente, Perón no tuvo el mismo olfato durante su exilio, y su tercera esposa, alguien sin capacidad personal para la importante tarea confiada, llegó de su mano a la Argentina para ocupar primero, el mismo cargo que 22 años antes le había sido negado a Evita, y después, la Presidencia de la Nación, ya sin él a su lado, sino con un custodio con sumos poderes que le dictaba las palabras a decir, casi como un ventrílocuo.
¡Cómo se hubieran jactado entonces de su supuesto aserto, quienes escribieron el irónico libelo en la edición de “El Mosquito” del 29 de octubre de 1865! ¡Y cómo se hubieran sentido desorientadas Juana Paula Manso de Noronha, Alicia Moreau, Belén de Zárraga, Sara Justo, Alicia Rawson de Dellepiane, Julieta Lanteri, Julia García Games y la propia María Eva Duarte de Perón!
Antes de cometer esa fatal equivocación, Perón había expresado: “Siempre he intentado tener colaboradores, con sentido de la responsabilidad asumida, pero también con sentimiento, desde el momento en que la cosa pública no se maneja con computadoras.”
Eso es lo que esperaban quienes votaron a Cristina Fernández de Kirchner, con buen criterio “antimachista” (que no debe considerarse sinónimo de feminista), creyendo en la incorporación de la mujer a los mandos activos del país, procurándose a sí misma el espacio cultural y político, al que tiene derecho por su inteligencia y su sensibilidad.
Hoy en la Argentina, la mujer puede llegar a la primera magistratura sin necesidad de enfrentar al machismo de otrora. Pero hoy, igual que otrora, a menos que se haya propuesto gobernar como un Presidente que se autodefinió peronista y resultó el “anticristo” del peronismo, traicionando a los peronistas y a la Patria misma, gobernando para quienes –como bien lo detalló hace ya unos cuantos años, Enrique Silberstein en su libro “Los ministros de Economía”- defienden la prevalencia de sus ideas conservadoras, del liberalismo económico, de la exportación de productos primarios, de la importación de todo artículo, de la desvalorización monetaria para obtener mejores ingresos por las exportaciones, de la detracción del consumo popular, del obstáculo a todo avance del salario real, de la mayor protección a los capitales extranjeros, a los empresarios extranjeros, a los ejecutivos extranjeros… debe enfrentar algo mucho peor que aquel viejo machismo: todo el poder de esos grupos tan bien organizados que en los últimos años monopolizaron la mayoría de los medios gráficos, radiales y televisivos para desinformar a la población y tratar de convencerla de que todos los males que aún aquejan a la República generados por ellos en años anteriores, son obra de esta Presidenta.
Los machistas del siglo XIX y parte del XX imposibilitaron por mucho tiempo la llegada de la mujer a los mandos activos del país desechando su inteligencia y su sensibilidad. Tal vez hoy están haciendo falta directamente “machos” surgidos del verdadero pueblo argentino para frenar la evidente conspiración que se ha venido gestando con la complicidad de los grandes medios de información (o desinformación) monopolizados, por parte de quienes fingiendo preocupación por la falta de seguridad, la pobreza y otros males que desestimaron o minimizaron cuando fueron gobierno, en realidad están interesados en defender, como lo hicieron antes, como lo han hecho siempre, lo anteriormente señalado (que repito como un llamado de atención para quienes son distraídos con la manipulación perversa de la información): “la prevalencia de sus ideas conservadoras, del liberalismo económico, de la exportación de productos primarios, de la importación de todo artículo, de la desvalorización monetaria para obtener mejores ingresos por las exportaciones, de la detracción del consumo popular, del obstáculo a todo avance del salario real, de la mayor protección a los capitales extranjeros, a los empresarios extranjeros, a los ejecutivos extranjeros”.
Pero ya lo reflexionaba Carlos Warnes, a través de su inefable personaje César Bruto: “lo que hasen falta son buenos puebloS!... un pueblO bueno puede vibir sin gobiernO, y en canbio ningún buen gobernantE puede vibir sin pueblO…”
Ojalá el pueblo argentino haya madurado lo suficiente como para entenderlo, y al machismo que en el siglo XIX y parte del XX tanto desvalorizó a la mujer, se oponga ahora otro machismo (sea oficialista u opositor, pero honesto) dispuesto a defender en su cargo a la Presidenta, contra los “golpistas” que sólo defienden sus intereses… además de, en muchos casos, su machismo ancestral, al que no escapó el humor del pasado, y el de algunos humoristas del presente.
Oscar Vázquez Lucio


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