miércoles, 29 de junio de 2011

“Hincha no es cualquiera”, aunque cualquiera puede pasar por hincha

Dibujo de Luis J. Medrano en "La Nación", 1960.





La afirmación encomillada de la primera parte del título de este artículo pertenece a Américo Barrios, quien escribió en 1946 a propósito de ello en su libro “La pelota es redonda”:
“Claro que no todos somos seres perfectamente evolucionados. Por eso es que hay algunos que hablan con una espectacular superficialidad acerca del fútbol. Las personas que todavía están en la etapa universitaria y que apenas han alcanzado tres títulos de doctor ‘honoris causa’, pueden caer en el craso error de suponer que cualquier mortal puede ser ‘hincha’ de fútbol… Bueno, es como para morirse de risa. Nosotros, los altamente evolucionados, sabemos que quien opina así está en la era lactante del conocimiento humano.
“La definición más clara de lo que es un ‘hincha’ me la dio un señor que iba en un tren, con un ‘cebollita’ sobre las rodillas, de regreso de una cancha –revela el escritor y humorista-. Inocente y vivaz, manso y terrible a la vez, la criatura se ganó mi amistad en tres segundos. El padre, orgulloso, me dijo: ‘Este pibe es un fenómeno. El año que viene se recibe de concertista de piano, pero eso sí, no sabe leer ni escribir, ni lo sabrá nunca.’
“Quedé estupefacto. El padre del angelito rugió con dignidad imponente: ‘Si con la actual reglamentación mi hijo llega a aprender a leer y escribir, lo desnuco. ¡Por ésta que lo desnuco! Resulta que tuve que retirarlo de primer grado, al día siguiente de su ingreso en la escuela, porque la ignorante de la maestra no lo dejaba entrar a clase si no se quitaba la camiseta de Boca Juniors. ¡Quería que fuera de guardapolvito blanco! ¿Mi hijo renunciar a los sacros colores? ¡Jamás! Su analfabetismo será mi más honrosa demostración de amor al club…”
Por su parte Luis J. Medrano –“viejo y fervoroso partidario de Estudiantes de la Plata”, injustamente acusado de mantener su humor distanciado de lo popular- sostuvo desde su revista “Popurrí” que “el aficionado al fútbol ama la verdad y la defiende con verdadero fanatismo” enfatizando que “su primer objetivo, cuando se instala en los tablones es, pues, vigilar celosamente su pleno imperio en el campo durante los noventa minutos de juego,
“Domingo a domingo –agregaría Medrano- soporta con estoicismo innumerables fatigas para llevar aliento a la escuadra de sus amores y se traslada a los puntos más alejados de la ciudad y aun al interior del país para cumplir una romántica finalidad: contribuir con sus pulmones a la victoria anhelada. Sabedores de la vehemencia con que el aficionado suele imponer SU verdad en las canchas, las autoridades organizadoras del más popular de los deportes, han ido poniendo gradualmente nuevas vallas a la pretensión del espectador en el sentido de hacer justicia por su propia mano. Primero fue el humillante alambrado olímpico en cuyas púas agresivas sucumbieron innumerables pantalones: luego se incorporó el foso enfangado y las mangueras contra siniestros y aun las brigadas de gases lacrimógenos. Estos avances han anulado casi por completo el derecho del espectador a hacer gravitar su verdad en el field propiamente dicho.
“Hemos dicho casi –subraya el humorista-, pues la justicia siempre halla un resquicio por donde filtrarse. Y mientras quede una naranja, no habrá providencia que pueda impedir al noble fruto, mensajero de las verdades el fútbol, volar hacia el árbitro foràneo que se atreva a anular por off-side un tanto legítimo batir los omóplatos de un linesman remiso en el cumplimiento de su deber o hacer impacto en el guardameta sospechosamente negligente en la defensa de su valla.”
A su vez, Rodolfo M. Taboada decía en “Rico Tipo” en noviembre de 1944:
“Analizándolo individualmente, es fácil encontrar en el ‘hincha’ una serie de móviles psíquicos que justifican plenamente su belicosidad.
“El ‘hincha’ es, generalmente, socio de un club. Pero esa condición societaria adquiere para él la tremenda responsabilidad de una verdadera ciudadanía. Más que socio, el ‘hincha’ es ciudadano de Boca, de Rácing, de River o de cualquier otra oligarquía futbolística. Y así como la historia de la humanidad nos ha enseñado que la soberanía de un país es el derecho de agarrarse a golpes con otro, la historia del fútbol le ha enseñado al ‘hincha’ que la soberanía de su club es el derecho de incendiarle las tribunas al enemigo…”
Y razona: “No condenemos a priori la actitud del ‘hincha’ que quema una tribuna, sin considerar previamente que los aborígenes de esta misma tierra le quemaron toda una ciudad a don Pedro de Mendoza. Y si es verdad que aquellos no rompieron ómnibus ni apedrearon trenes, también es verdad que en los tiempos de la conquista no funcionaba la Corporación de Transportes”…
Atención: estamos transcribiendo parte de un texto escrito en 1944; el de Américo Barrios se publicó en 1946, y el de Luis J. Medrano en 1955. Entonces a nadie se le ocurría echarle la culpa al gobierno de turno por las extralimitaciones de los ‘hinchas’.
Claro que esa “tremenda responsabilidad” del ‘hincha’ podía manifestarse quemando una tribuna, rompiendo ómnibus o apedreando trenes… pero el saqueo no es propio de ‘hinchas’.
El ‘hincha’ sabe que así se autodescalifica y descalifica a su club, y ya no puede hacer gravitar su verdad, a menos que le interese más un electrodoméstico o cualquier otro artículo del hogar que su club; entonces dejaría de merecer el título de ‘hincha’.
Y así llegamos a la afirmación del título: “Hincha no es cualquiera”, aunque cualquiera puede pasar por hincha.
Sobre todo cuando una oposición sin propuestas que puedan tentar al electorado, se apoya en la belicosidad de estos ‘hinchas’, que como hemos visto, no difiere de la de los ‘hinchas’ analizados por algunos de nuestros grandes humoristas en 1944, 1946 y 1955; por supuesto, si dispusiéramos de más espacio podríamos seguir ejemplificando largamente con los de años anteriores y posteriores, en que no obstante, a ningún político opositor se le ocurrió decir: “la culpa la tiene el gobierno”.
En cambio el desmadre de la natural y ya bien conocida vehemencia del ‘hincha’, utilizada con oportunismo delictivo de punteros infiltrados, requiere el guión de autores intelectuales, que a nosotros, como observadores prescindentes, nos induce a llevar la culpa a la vereda de enfrente, pese al esfuerzo de los medios hegemónicos y su manipuleo perverso.
Una vez más viene a nuestra memoria el humor sutilmente absurdo con soporte de orden metafísico del escritor argentino Macedonio Fernández cuando proponía, entre sus insólitos proyectos, suscitar la necesaria venida de un gran caudillo (que sería él) como presidente de la República, creando previamente un verdadero malestar general, para lo que haría repartir peines de doble filo que lastimaran el cuero cabelludo, instalar salivaderas oscilantes (cuando se recordaba a los transeúntes que estaba prohibido escupir en el suelo) que imposibilitaran acertarles; solapas desmontables que se quedaran en las manos del contendor cuando en el calor de la discusión, se tomara de ellas para convencer al contrario; escaleras desparejas, donde las dificultades para calcular el ascenso o descenso de cada peldaño agotaran a quienes pretendieran transitarlas.
Claro que aquí no se ponía en riesgo la vida de nadie, como sí lo hacen muchos de nuestros políticos burdamente maquiavélicos, que sólo coinciden con Fernández en lo absurdo de sus proyectos para tratar de crear un malestar generalizado.
Oscar Vázquez Lucio



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