sábado, 24 de enero de 2009

¿Qué le voy a hacer si soy un “hombre de Crítica”



Ilustraciones: 1, Uno de los títulos dibujados por Siulnas para la primera plana de “Crítica”; 2, ilustración humorística de Siulnas para la página hípica; 3, la llegada de la Primavera vista por los dibujantes de “Crítica” en 1957: participan Héctor Rodriguez, Miguel Gordon, Pascual Güida, Lorenzo Molas, Carlos Garaycochea y Siulnas; 4, la visita de la actriz Gina Lollobrígida a la Argentina en 1954, comentada por los dibujantes de “Crítica” Siulnas, Molas, Güida, Héctor y dos invitados: Divito y Adolfo Mazzone; 5, Ilustración de Siulnas para la sección “Alma Torera”.


En la edición Nº 611 de DEMOCRACIA, un periódico que circula en el Conurbano Bonaerense, manifesté mi decepción al comprobar que el nuevo diario “Crítica” anunciado por Lanata, estaba totalmente despojado de su contexto histórico. Ahora se abre ante mí –“hombre de Crítica” (estigma que me ha acompañado toda la vida)- una nueva expectativa al tomar conocimiento a través del último número de ese mismo periódico, que según un fallo judicial, la palabra “Crítica” sólo podrá ser usada por un señor llamado Javier Alberto Toro, bajo cuya conducción el legendario diario, tal como lo imaginó y realizó Natalio Botana, reaparecería en el mes de marzo. De ser cierta la información aparecida en “Democracia”, esperaré esa reaparición con el interés que sólo puede mantener –como ya me autodefiniera- “un hombre de Crítica”, porque quienes hemos formado parte del staff de ese diario, no fuimos “hombres de Crítica”; somos “hombres de Crítica”, porque no hubo otro diario como “Crítica”, donde, como bien lo señaló mi inolvidable amigo Helvio “Poroto” Botana –uno de los hijos del fundador del diario–, en Crítica no se forzaba a nadie con horarios. Cada uno se sabía responsable. Se respetaban los valores y también las debilidades. Muchos ni tenían escritorio. Escribían cuando tenían ganas…”

EL DIARIO “CRITICA” Y YO
Mi ofrecimiento de dibujos en el diario “Crítica” –donde me atendió el dibujante Silvio Della Porta, quien me derivó a su compañero Oscar Olivella– me permitió ponerme en contacto con un tercer dibujante que necesitaba un ayudante para trabajar con él en una pequeña agencia de publicidad que había instalado por su cuenta.
Se trataba de Roberto Olivella, quien tiempo después facilitaría mi ingreso a “Crítica”, donde él era muy respetado como diagramador –especialmente por su colega Enrique Salís–, y al mismo tiempo muy criticado por sus prolongadas ausencias; era además, un excelente dibujante de caballos de carrera y a él le encomendaba Diego Baamonde las ilustraciones para su página hípica; también era dibujante publicitario y tenía una pequeña agencia que trataba de atender el mayor tiempo posible, por lo que llegaba al diario muy temprano, dejaba el sombrero sobre su escritorio para que creyeran que se hallaba en el edificio, y se retiraba hasta que terminaba su turno, volviendo entonces para recoger su sombrero. Conviene recordar que “Crítica” funcionaba en el edificio de Avenida de Mayo 1333, con entrada también por la calle Rivadavia, y que la única interconexión directa entre los distintos pisos, la proporcionaban los tubos neumáticos que transportaban los textos enrollados, entre la Redacción y el taller tipográfico. Es cierto que se podía acudir a los teléfonos internos, pero la búsqueda por las distintas secciones podía volverse muy tediosa, sobre todo si el buscado contaba con algunas complicidades como para que se comunicara:
–Acaba de salir de esta sección…

LA GENTE DE “CRÍTICA”
Hermindo Castex era un jefe de redacción muy activo, pero falto de carácter para imponerse a los que habían sido sus compañeros, antes que lo ascendieran; entonces, cuando se disgustaba porque ellos llegaban pasadas las once y media de la mañana, prefería recriminarme a mí que lo había hecho a las 10.45. Era más fácil conmigo: los años que yo tenía de edad, los demás los tenían de antigüedad en el empleo… Aunque lo cierto es que tanto ellos como yo hubiéramos tenido que llegar a las 9 de la mañana.
Pero pese a nuestras diferencias, Castex y yo teníamos en común nuestro afecto por los perros. Un día en que le conté mi desagrado ante un procedimiento sumamente arbitrario de los hombres de la perrera del que había sido testigo en el barrio de Caballito, sin esperar más detalles llamó a Edmundo Campagnale –que integraba la sección Deportes del diario, a la vez que ocupaba un cargo en la Municipalidad porteña– para que gestionara la libertad del perro.
La persona que me trató con más respeto profesional, a pesar de que en esa época yo era considerado “el pibe”, fue sin lugar a dudas, el jefe de Deportes: Hugo Marini. Marini tenía una caballerosidad difícil de hallar entre otros periodistas. “Este hombre calvo, de ojos salientes y sonrisa fatigada”, como lo “retrató” Abel Santa Cruz, recibió en 1951 un homenaje registrado por el mismo Santa Cruz en su columna de la revista “La Cancha”, ilustrado por mí con justificado aprecio.
Integraban el equipo de redacción deportiva, entre otros, el autor de tangos Alfredo Bigeschi, y uno de los posteriores integrantes de la incipiente televisión nacida en nuestro país en 1951: Conrado Diana Costa, conductor junto a Pipo Mancera y a Jaime Jacobson –padre del actual conductor del noticiero de canal 11–, del programa “Pantalla Gigante”. Por esa época, los domingos a la tarde, llegaba a la redacción desde la cancha de fútbol a la que había sido asignado, Bernardo Neustadt, que era cronista volante, y mecanografiaba su crónica sin cambiar una sola palabra con los demás. Y solía asomarse a la gran sala, de puro curioso, el ayudante de fotógrafo Héctor Ricardo García.
Pasillo por medio estaba el otro gran salón en el que funcionaba la Redacción general comandada por Castex, donde uno de los redactores principales –Ignacio Covarrubias–, en los meses de verano, se sentaba como Buda, en calzoncillos, arriba del escritorio del secretario de redacción, para recibir instrucciones sobre los temas a que debía referirse, en tanto el republicano exiliado Clemente Cimorra, siempre bien trajeado y con un clavel rojo en la solapa, se paseaba por el salón mientras se inspiraba para su próxima nota…
Yo tenía una buena relación con el crítico cinematográfico Roland (Rolando Fustinana) porque, conocedor de mi admiración por Walt Disney, me obsequiaba todas las fotos de sus películas enviadas por la distribuidora, después que se publicaban.
También contaba con la valiosa ayuda del crítico musical Jorge D’Urbano, a quien recurría cada vez que para alguno de mis dibujos humorísticos, necesitaba asesoramiento técnico musical.
En cuanto a la gente de mi sección (Dibujantes), tras la muerte de Don Pedro Rojas –acaecida antes de mi ingreso al diario– su puesto había quedado vacante, y Pascual Güida se hizo cargo de las “reconstrucciones” gráficas de hechos salientes, siendo nombrado algún tiempo después nuevo jefe de dibujantes, título que en la práctica no alteró en lo más mínimo su desenvolvimiento habitual, ya que las directivas partían siempre de la secretaría de Redacción.
A Güida le divertía mucho conversar sobre temas sexuales y escatológicos, pero lo hacía como si se tratara de una justa deportiva con sus interlocutores; finalmente consultaba su reloj de oro y se despedía hasta el día siguiente, si antes no era llamado para dibujar la reconstrucción de una catástrofe recién recogida por la teletipo.
En una oportunidad en que participaba de esas charlas el poeta Horacio Rega Molina (que en “Crítica” se ocupaba de adaptar los textos de las historietas extranjeras que diagramaba y rearmaba Jaime Nadal), yo, que pecaba de lirismo y me había sentido muy impactado al leer en la víspera una de sus poesías publicada por la revista “Lyra”, me manifesté sorprendido de que un “fino poeta” pudiera expresarse de esa manera. Como es dable imaginar, mi comentario provocó la carcajada y la burla de los presentes, lo que me hizo sentir en ese momento profundamente humillado.


PRIMERA INCURSIÓN EN EL HUMOR POLÍTICO
Tras el cambio de gobierno en setiembre de 1955, por primera vez el prosecretario de redacción, Romero, decidió utilizarme como caricaturista político.
Hasta ese momento esa tarea había estado reservada a Pascual Güida, Héctor Rodríguez y Lorenzo Molas, y no se me ocultaba que mi oportunidad surgía precisamente porque estos dibujantes habían sido demasiado utilizados para hacer chistes a favor del recién depuesto presidente Juan Domingo Perón, y resultaría casi grotesco ver sus mismos estilos en temas cuyo enfoque empezaba a ser diametralmente opuesto al de días anteriores.
Mis primeras caricaturas políticas fueron tan bien recibidas que una de ellas se publicó en primera plana con una glosa de Ignacio Covarrubias, así que me esmeré para poder seguir ocupando esos lugares de preferencia.
Un día, tomando la iniciativa (ya que habitualmente era Romero quien me sugería los temas), fui a proponerle al prosecretario algo de actualidad. Claro que considerando que había llegado el momento de hacer chistes con quienes detentaban el poder en ese momento, el personaje de mi idea era el presidente Aramburu. No obtuve una respuesta inmediata; en realidad, no la obtuve nunca. O sí; porque jamás volvieron a pedirme un chiste político.
Seguí, pues, diagramando páginas, retocando fotografías y dibujando títulos; precisamente estos últimos me permitirían llevar adelante un plan.
Tras la asunción del nuevo gobierno, comenzó a dirigir el diario, el poeta Marcelo Uribe, de quien supe era un gran admirador de Oski. Mis títulos dibujados habían adquirido cierta personalidad, ya que había reemplazado la rigidez de la escuadra y el tiralíneas (¡qué difícil es hacer entender esto a las generaciones que debutaron profesionalmente con el “mouse”!), por un trazo ondulatorio que daba a las letras cierto aire festivo, especial para los títulos deportivos que publicaba “Crítica”, pero además comencé a complementar esos títulos con “monos” alusivos: el profesor, si se hablaba de Racing; el diablo, si se hablaba de Independiente; el millonario, si se hablaba de River; el fainero, si se hablaba de Boca… etc. Claro que por primera vez esos monos (que obviamente no firmaba por ser parte de los títulos) no conservaban mi estilo. Eran una réplica de los dibujos de Oski, y si bien me avergonzaba un poco tomar en préstamo su estilo por algunos días, me consolé pensando que debía avergonzarme menos que los que habiéndolo tomado en préstamo, después se quedaron con él.
Lo cierto es que con mis dibujos al estilo Oski, logré atraer la atención del director del diario, quien me llamó para plantearme el problema de esa semejanza. Prosiguiendo mi plan, prometí tratar de apartarme de la “influencia” del destacado humorista, y conseguí que se me asignara en forma estable, las viñetas de la sección “Hoy”, que escribía Enrique Pérez Marilú, bajo el seudónimo de Martín Cruz (también solía usar el de Silvestre Otazú), las de “Alma Torera”, que en esa época estaban a cargo de Eliseo Montaine, y las de una sección titulada “Página 3”, que supervisaba directamente José Edmundo Clemente, entonces subdirector del diario.
La ayuda que sin saberlo me brindó Oski, me permitió publicar esos “monos realizados con un estilo personalísimo”, como los definirían en la revista “Dibujantes” en abril de 1957.

Permanecí en “Crítica” hasta enero de 1958, en que se liquidó la cadena de diarios de C.A.D.E.P.S.A., y fui indemnizado (en esa época corrían los seis meses de preaviso y un mes por cada año de trabajo), con lo cual vislumbré la posibilidad de trabajar con cierta independencia. Pero nunca dejé de sentirme un hombre de “Crítica” (a pesar de ser considerado un “dinosaurio” por mis compañeros de otras empresas en las que trabajé posteriormente, cada vez que rememoraba algo relacionado con ese diario.
Ciertamente, no hubo otro diario como “Crítica”, hasta que en el ’57 se liquidó la “cadena” y lo compró Nudelman, convirtiéndolo en la versión gráfica más antigua de “La Prensa”, así como Lanata intentó convertirlo en “Página/12”.
Si se concreta la información de “Democracia”, ¿“Crítica” volverá a ser “Crítica”?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Fantástico todo lo que contás de "Crítica"!
Un abrazo.

Siulnas dijo...

Entre las particularidades de "Crítica" a lo largo de su casi medio siglo de existencia, hay una que nos atañe especialmente como dibujantes. Los contó en número importante y en forma simultànea en todas las etapas, no como los diarios actuales que centralizan esta tarea en uno o dos. Era como una proyección de las revistas al estilo de "Patoruzú", "Rico Tipo", "Cascabel", "Tía Vicenta", "La Hipotenusa", "Humor Registrado"... Y, algo que está dejando de verse en este quehacer: en ese staff figuraban veteranos, noveles e intermedios. ¿Te imaginas un diario con esa modalidad en la actualidad? ¿Te imaginas cuantas firmas desdibujadas podrían reaparecer? Porque tú y yo, al igual que otros colegas nuestros, sabemos que no todos los que han dejado de figurar en los medios, están muertos o incapacitados; a algunos los ha alcanzado la muerte civil, porque se considera que su dibujo o su humor ya no está de moda; en "Crítica" los dibujantes no pasaban de moda, porque allí prevalecìa su capacidad, su talento, y estos nunca están de moda ni dejan de estarlo.
Tal vez los veteranos de hoy, que nos hemos fusionado con los que ya eran veteranos (y felizmente aún viven) cuando aún èramos intermedios, lleguemos a ver un nuevo diario "Crítica" como aquel que nos valió la denominación de "los dibujantes de Crítica".
Gracias por tu entusiasmo
Siulnas