Primero fueron historietas unitarias, a veces redibujadas en la Argentina con el trazo inseguro de algún principiante que las “traducía” por encargo de la revista en la que estaba empleado.
Pero también ingresaron historietas con personajes fijos, principalmente de origen británico –desplazadas poco a poco por el auge de las norteamericanas- con personajes que solían ser rebautizados en las publicaciones argentinas, logrando un gran arraigo, tal vez por la falta de un personaje con idiosincracia local, en aquellos años.
En 1912 aparecieron en “Caras y Caretas” dos personajes que se hicieron muy populares: Viruta y Chicharrón. Debido a que la historieta no llevaba la firma del autor, hubo distintas versiones sobre su origen, pero lo que se sabe con certeza es que el dibujante que durante largo tiempo los realizó tras quedar interrumpido su envío desde el exterior por la primera guerra mundial, fue Juan Sanuy, seudónimo que usó el médico y dibujante Octavio Bellver.
Entretanto, el primer personaje de historieta creado en la Argentina surgió casi fortuitamente: de seudo “nuevo colaborador” de “Caras y Caretas”, Don Goyo Sarrasqueta i Obes –o Sarrasqueta- pasó a protagonizar una historieta a toda página dibujada por Manuel Redondo, y su prolongada vida en las páginas de la revista fue excesivamente larga, comparada con la de otros personajes que fueron apareciendo en esos años.
En 1915 la revista “PBT” publicaba Don Salamito y Doña Gaviota, dibujados por Pedro de Rojas.
Durante la segunda década del siglo XX fueron apareciendo personajes no llamados precisamente a perdurar; es más, a veces se pensaba en la fecha de su “fallecimiento” en el mismo momento de presentarlos, como ocurrió con Don Tallarín y Doña Tortuga, a propósito de los cuales se propuso a los lectores un concurso en base a estas inquietantes preguntas: 1ª ¿Hasta qué número de PBT (estamos en el 595), o hasta qué mes, día y año debe vivir el matrimonio?
“2ª. ¿De qué muerte debe morir? ¿De enfermedad o de accidente, y de qué enfermedad o de qué accidente?”
Al parecer, el “alojamiento” para personajes era más bien escaso y estos se lo pasaban al acecho a la espera de unos cuadros desocupados; Smith y Churrasco, Aniceto Cascarrabias… el mismo negro Raúl, que pese a ser en la vida real el bufón predilecto de la gente joven de la época del Centenario por lo que disfrutaba de invitaciones a comer y beber champán, no tuvo muchas prerrogativas en el mundo de la historieta.
Lo cierto es que aquellos personajes no se detenían a pensar cuánto les restaba de “vida”, y cuando disponían de cuadros de historieta propia, algunos, como Martín Gala y K. Chupín, que el dibujante José Serrano publicaba en 1916 en “PBT”, los aprovechaban hasta para hacer viajes interplanetarios (que entonces solo estaban en auge en las mentes de autores como Jules Verne o Herbert George Wells).
¡Cuántos personajes olvidados!... Von Esel, el hombre más tonto del mundo, de Fly; Tijereta, de Lanteri; El L.C. Timoteo y el pesquisa Doroteo, de Luis Macaya…
Recién en 1922 surgiría un nuevo personaje llamado a perdurar: Don Pancho Talero, del ya nombrado Lanteri, que permaneció en la revista “El Hogar” más de 30 años, en tanto sus “hermanos” Anacleto y Papamovski, lo mismo que el Negro Raúl y Tijereta, tuvieron corta vida.
El prolífico González Fossat que había sabido sacar partido de la euforia generada por la pelea de Luis Angel Firpo con el norteamericano Jack Dempsey, creando la historieta Jimmy y su pupilo, continuó después con Aventuras de Pepita y Firulete y Retacón, en tanto las Andanzas de Juancito Pato Tero iniciadas por René Barbe, fueron continuadas por Raúl Roux, otro de los historietistas prolíficos de entonces.
Y el mundo de la historieta comenzó a poblarse de familias. Tras la de Don Pancho Talero había surgido la de Policarpio y su esposa, un matrimonio de color cuyas aventuras contaron con el auspicio de los cigarrillos “Dólar”, siendo su autor Arístides Rechain, introductor seguidamente de La familia de Don Sofanor.
Por entonces se conocieron los primeros personajes de un aventajado discípulo del popular caricaturista Diógenes Taborda, cuyo nombre adquiriría gran notoriedad en pocos años más: Dante Quinterno, autor de Panitruco –al que definiría como su “primer balbuceo en el campo gráfico periodístico”-, Don Fermín (después Don Fierro), Manolo Quaranta y Un porteño optimista (después Don Gil Contento).
Todos estos personajes surgieron en el corto lapso de dos años, siendo contemporáneos de Cebollita y Azucena, de González Fossat; Coquita la bataclana –único personaje de historieta de Quirino Cristiani, pionero del dibujo animado en la Argentina- y Sofanor Villalba (a) Hollín y su mula Catalina, del dibujante y “extra” de cine Ermete Meliante.
Por su parte, Raúl Roux publicaba en 1928 Otto y Erich, dos alemanes que vivían en la Argentina. Entre ese año y el siguiente surgieron unos cuantos personajes, pero sólo dos de ellos, hijos del mismo “padre”, estarían destinados a perdurar: Linage y Rojas presentaron respectivamente –y también fugazmente- los éxitos de Pepe Antenita y Aventuras de Prudencio Parabrisa; A. Messa publicaba Andanzas de Pantaleón Carmona; Luis Bello, las Aventuras de Tarantelli y Peteneras; Gonzalez Fossat, las Aventuras de Nenucho… En cambio perduraría Curugua-Curiguagüigua… aunque no con ese nombre con el que había sido anunciado, sino con el de Patoruzú, de la misma manera que Julián de Montepío, también de Quinterno, alcanzaría su mayor popularidad con el posterior nombre de Isidoro Cañones.
Otro personaje de larga duración fue Rulito, el gato atorrante, para cuya realización, a lo largo de 4 décadas, se turnaron cinco dibujantes: Raúl Roux, Horacio Gutiérrez, Vidal Dávila, Alfredo Ferroni y Antonio Presa.
Los años 30 también registran algunos personajes de larga vida, como Ramona, de Lino Palacio, y El pecoso y su pandilla, que contó sucesivamente con los mismos dibujantes que tuvieron a su cargo a Rulito el gato atorrante. Otros personajes de vida más corta tuvieron, no obstante, su cuarto de hora de éxito a partir de la identificación con su modernidad por parte de sus potenciales lectores; tal el caso de La señorita Pilar delira por manejar, de Linage.
En los años 30 abundan los chicos de distintas edades, tanto entre los lectores como entre los personajes: Pajarito, de Justo Balza; La barra de Candelario, de Pedro Gutiérrez; Bolita, de Lino Palacio; Corchito y Cía., de Martelli; El tonto de Capirote, de Francisco Navarrete, autor también de El burro y el comisario; Blanca Nieve y Pío Pío, de Andrés Guevara y el poeta Horacio Rega Molina; Pulgarín, Carocito, Barrilete y Trompito y su barra, de Carlos Clemen; Bolita, de Páez Torres; Cholo y Cacho y Chupete, de J. Vidal; Alelí, de Martinez Parma; Lauchita y su barra, de Domingo Villafañe; Rayito y Clavelina, de Ada Lind,; Carpincho, de Big-Boy; Tachuela, de Jean Josse; Piolín, de Skitt; Tutú y su pandilla, de Rosario Marino; Trompita, de Gigante; Bu-Bu, de Luis Macaya (h); Las andanzas de Silvestre, de Domingo Pace…
Y siguen las familias: Las cosas de Don Sandalio, de Raúl Roux; Don Serapio y los suyos, de Manuel Ugarte; El doctor Ciruela, de Rufino Quinteros; El gaucho Atilano, de Raúl Naya, que por estar casado lo pasaba peor que Don Cirilo Blanco, de Carlos Clemen… ¡Y había cada pareja! Por ejemplo, El tío Migajas y Lucerito, de Matilde Velaz Palacios y Bensadon.
El que no tenía problemas era El Nuevo Rico, de Héctor Rodriguez, siempre flanqueado por su fiel mayordomo, al que se pasaba ordenándole: “¡Federico, a casa!”
Pero todos los problemas que no tenía El Nuevo Rico, se le presentaban invariablemente a Maneco, de Linage, para quien no había historieta que terminara sin que exclamara: “¡Sonaste Maneco!”; más o menos como Calixto Campolargo, de Gonzalez Fossat –volviendo a los casados- cuya exclamación final era siempre: “¡Estás listo, Calixto!”
A veces los personajes se repiten, y esto no es una crítica a los historietistas, sino el reconocimiento a los numerosos personajes mellizos: Los mellizos detectives, de Daloisio; Los mellizos Bigo y Telli, de Giraldo: Los mellizos Pitoto y Pipo Pitorro, de Wareck; Los mellizos Terremoto, de Guido Ferrari; Los mellizos Tiki y Toko, de Vidal Dávila; Los mellizos Pancho y Paco, de Guerrero; Aserrín y Pan Rallado, de Ferro…
Tampoco tiene sentido de crítica definir a algunos personajes como medio animales: ¿Cómo definir si no a los protagonistas de la historieta Aventuras de Don Juan El Zorro y del Gato cuatrero, de Raúl Roux; o a Max y Tin, de Fantasio; o a la rana Charquito de J. Vidal; o al zorro Tío Juan, de Raúl Valencia; o al gallito Sofanor, de Francisco Blay; o al tigre Oscar, dientes de leche, de Divito; o al león Agapito, de Guratti?... Aunque es aún más difícil definir a los personajes de La Pluma Cucharita, de Linares Quintana, constituidos por elementos escolares animados; eso es ir más lejos que tener un personaje como Arbolendo “el árbol con vida”, creado por Haleblian y Del Castillo.
Además, ¡son tantos! ¿Cómo los vamos a definir si ni siquiera podemos alcanzar a enumerarlos?... Garúa, de Julio Orione; Pichín el grande, Rancagua y El marqués de Puerto Nuevo, de Juan Oliva; El gaucho Juan Pereyra, de Pedro Gutiérrez; Pepe Faroles, de Julio Suárez; El profesor Papafrita, de Arzubi Borda; El gato Crispín, de Ernesto Aguilar; Don Casifrundo, de Manuel Kantor; Tancredo, de Fantasio; Payuca, cabo conscripto, de Araceli; Don Nicola, de Héctor L. Torino; Paragüita, el inventor del trabajo, de Rosario Marino; Don Mateo, de Manuel Olivas; Don Simón y su hobby, de Franchot; Pepe el pistolero, de Fernando R. Cao; La vaca Aurora, de Mirco; Don Lactancio, de Taggino; Mi sobrino Capicúa, de Adolfo Mazzone; Nemesio, de Bourse Herrera; Nisistrato o el arte no muere, de Borraro, El gaucho Aquilino, de Lucas Ansol; Don Yacumín, de Lubrano; Raco el extra, de Ramón Columba; Tóxico y Biberón, de Ianiro; Carne y Uña, de Oscar Blotta; Don Grapini, de Battaglia; Don Otto, de Ricardo Della Porta; El fantasma Benito, dibujado sucesivamente por Quinterno, Muñiz y Ferro…
¡Cuántos personajes a los que nadie recuerda en este nuevo Día de la Historieta, en que a todos, absolutamente a todos, se les debería rendir tributo!...
Don Zenón, el distraído, de Jorge Hergott; Aventuras de Isabelita y Chichito, de Emilio Cortinas; Tatalo busca una estrella, de Bonetto y Mariano Juliá; Las aventuras de Pepe Bujía y su ayudante Cometa, de Carlos Clemen; Lechuga, de Daloisio; Esculapio Sandoval, repórter sensacional y Don Mamerto detective, de Héctor L. Torino; Así son los Ramachuza, de Héctor Rodríguez: El vasco Anchoa, de González Fossat; El otro Yo del Dr. Merengue, de Divito; Don Fulgencio, de Lino Palacio; Tadeo el violinista, de Mirco, El curita alegre, de Fernando R. Cao.
Sé que es imposible nombrarlos a todos, pero ¡qué acto justiciero sería en este nuevo Día de la Historieta!... Lombricita, El Potrero Fúbol Club, El teniente Tito y Friyoa y Panqueque, de Rivas E.; Hércules, la sal de los siete mares, de E. Colombo; Don Retorta y Ramunciñu, de E. Ferrer; Carpincho y su barra, de Guido Ferrari; Pipiolo, El profesor Barbeta y Pulguita y Pulgón, de Fernand; Pica Pica y Rabieta y Don Nicéforo, de A. Levalle; Abrojo, de Destuet; Sofanor, de Américo Serrano; El profesor Palanganópeles, de S. W. Tencer; Trencita, de Silver; Don Embutido y Guardabarros, de E. Perdomé; Querubín y Satanás y El profesor Mifistófeles, de Mario Alarcón; Puf Snif (un detective moderno), de Roberto Soto; Pepino y Melón y Don Funes, de Jorge A. Soto; Pura Pinta, de López; Pipo, de Pipino; Serapio, de Baiges; Buenaventura el suicida, de Billy Gonzalez; Melitón, de Jorge Magaldi; Pancho y Juancho, de Angel V. Garay…
Cuántas veces habremos ingresado a “Rico Tipo”, dispuestos a visitar en sus cuadros a Bómbolo, a Fallutelli y a Fúlmine, de Divito; a Piantadino y El señor ¡Bang!, de Mazzone; a Amarrotto, de Oski; a Desconfiacho, de Toño Gallo; a Patiño, de Cotta; a Sangre de Horchata, de Liotta; a Lechervida, de Goz…
Cuántas veces lo habremos hecho en “Patoruzú”, para hacer otro tanto con Bólido, de Ferro; Ventajita, y El gnomo Pimentón, de Blotta; María Luz, de Battaglia; Babilonio, de Sagrera; Fanfa, de Gubellini; Orencio, de Aranda; Planetino, de Off; Gente joven, de Andrino…
O a “Avivato” para visitar a Don Belindo, de Dobal, a Radragaz y a Tarrino, de Lino Palacio; a Vendetuti, de Faruk; a Sonambestia, de Garaycochea; a Otelo, de Pedro Flores; a Camotito, de Francho…
Lo mismo que a las revistas que albergaban a Fatalino, de Reyes; Ivo, de Gius; El conde Patuchi, de Lubrin; Brutini, de Helso; Pancho López, de Santa Cruz y Alberto Breccia; Horóscopo, de Silvio Baldessari; Bill Pequitas, de Rubial; Bim-Bang, de Bendati; ¡Angelita!, de Couso; Tevelito, de Oscar Bruzzone; Radiolín, de Julio Olivera; Ocurrencias de Tijerita, de García Ferré; Los charconautas, de Lagoutte y Centenari; Bar Baston, de Jorge Toro; Guli, de Benavidez y Gallito; Trompito y El capitán Malastilla, de Antir; Vito Hueso (detectrive), de Rafael Bossio; Severo Adoquín, de Anselmo Borello; S. M. el Rey Lolo, de Horianski; Rafaña y Cicatriz, de Govio; Don Barbucho, de Masmuht; Aventuras de Chan, de Mile; Caburito, de Mazzeo; Boborín, de Mazza; Chanta y Pufy, de Mario Suárez; Cosakin, de Juan C. Saino; Dos señores vagabundos, de Hugo Serrano; Las aventuras de Alí Babín, de Vitacca; Venancio, de Prys; El comisario Alpargato, de Julio Silva; Fortunato, un tipo con suerte, de Cilencio; Trinquete el grumete, de Violini; Lunático y Satelín, de Vecchio; Chirimbolo, el gatonauta, de Satti; El hermano Vizcacha, de Ugarte; Resorte, el ayudante del profe, de Sídoli; Bronca Ley, de Alfredo Ferroni; Turbino Alerón, de Félix Saborido; El doctor Vudú, de José M. Heredia; Mike Valentón, de Casadei; “Crazy” Dick, de Männken; El pirata Malapata, de Sesarego; Babú el hamster, de Landrú…
O a las que incluian a Pata Púfete y Che, de De los Ríos; a Tonguelli, de Ibañez; a Los Bori-Bor, de Raúl Ávila; a Los Plumitas, de Alex Salas; a Los terribles Ye-Yes, de Pedro Kröpfl; a James Pum, super agente secreto 0,007, de Pedro Seguí; a Pepe Laguna, de Selbor; a Sexina, de Hugo Gil y Mario Bertolini; a La gata Flora, de Mujik; a Los personajes, de Bróccoli y Caloi; a Migui, de Irañeta; a Kiko y Kike, de Exiquio; a Los hermanos O’Dreja, de Fernandez y Branca; a El mundo de Zopitas, de Pérez D’Elias y Jorge Martinez; a Roque y Arturo, de Coper; a Franky el judoka, de Peñeñory; a García y la máquina de hacer pájaros, de Crist; a Mandriko el mago, de Falín; a Robinson Sosa, de Manuel Aranda…
O ingresamos a las páginas de historietas de los diarios para visitar a Callino, de Alfonsín; Cara de Cemento, de Molas; Malapista, de Camblor; N.N., de Jorge Elena; Mito, de Jaime Luis Romeu; Doña Lala, de Umpierrez; Pepe, de Rafael; Cipayón y Tilinguín, de Vilar; Inodoro Pereyra, de Fontanarrosa…
Acaba de asaltarme un temor: ¿cómo se estarán sintiendo mis propios personajes al no haber sido mencionados hasta ahora en esta larga lista, en la que de todos modos siguen faltando muchos? (menos mal que podré compensarlos a todos cuando complete mi Diccionario enciclopédico del humor gráfico y escrito en la Argentina); no quisiera echarme de enemigos a mis propios personajes, así que también los recordaré al pasar: Cristalino; Magolín; El perrito Boxi; Videojito; El gallo de Morón; El súper Don José, y más recientemente, y con guión de la escritora Anamaría Blasetti, La nena Croniquita (actualmente rebautizada como Ani, la hermana mayor).
¡Cuántos personajes y autores quedan aún por mencionar en este Día de la Historieta! ¡Y eso que sólo rescato aquí las historietas cómicas, porque si sumáramos las llamadas “serias”!... Y pensándolo un poco, ¿no tendría que haber un Día para la Historieta seria y otro Día para la Historieta cómica?
Aunque para este final –que es muy incompleto para llamarlo final-, se me ocurre que podría agregar un subtítulo que diga: “…Y te acordás de…?”, bajo el cual pueda hacerse un ejercicio de memoria, y como resultado del mismo hacer un aporte complementario a esta pretendida inclusión masiva justiciera en el Día de la Historieta.
Oscar Vázquez Lucio (Siulnas)
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