La esencia del carnaval –cuyo origen se remonta a la antigua Roma- es la ridiculización, mereciendo especial consideración en la Argentina, en todos los tiempos, algo en lo que reparó Juan Bautista Alberdi, quien allá por 1838 editaba un “gacetín” al que titulo “La Moda”. Dando rienda suelta a su estilo irónico bajo el seudónimo de Figarillo, el autor de “Bases” y “El crimen de la guerra”, se “alegró” el 24 de febrero de ese año:
“Gracias a Dios que nos vienen tres días de desahogo, de regocijo, de alegría. Trabas odiosas, respetos incómodos, miramientos afectados que pesáis todo el año sobre nuestras suaves almas, desde mañana quedáis a nuestros pies, hasta el Martes fatal que no debiera de amanecer jamás! Desde mañana, gracias a la civilización del siglo 19, tenemos derecho a enviar pipas de agua, limpia o sucia, sobre el frac más pintado, para chasquear a todo el mundo, y al necio que por ello se incomodare, cencerrarlo, silbarle, pegarle de vejigazos por inconsiderado e intolerante. Podemos estrellar un huevo, relleno de lo que nos da gana, sobre la frente más dorada, sobre las niñas de los más bellos ojos, sobre la nieve del más casto seno. Bien hayan las tradiciones de nuestros liberales abuelos! Ojalá sean inmortales como tantos otros legados que nos quedan, y pensamos mantener aún por largos años! No sé cómo hay gentes que se opongan a unas costumbres tan inocentes y tan suaves…”
Las reflexiones de Alberdi ponen sobre el tapete lo permisivo del carnaval, algo que avala la versión de que la palabra provendría de “carne vale”, del italiano, indicando un excesivo permiso sensual; véase, en apoyo de esta afirmación, el trasfondo intencionado de estos versos aparecidos en el periódico “La Orquesta”, en vísperas del Carnaval de 1878:
“Señoras y caballeros;
¡vaya un remate gracioso!
Entren ustedes por uvas,
es decir, entren por pomos!
Los hay de todos tamaños
de los olores todos,
desde el pachouli más cursi
hasta el más fino heliotropo.
Caballeros y señoras,
no andarse con requilorios,
y con ‘si tengo o no tengo’
y con ‘si compro o no compro’.
Llegó el momento sublime
de bañarse unos a otros…”
recomendando más adelante:
“…Señoras y caballeros,
que está muy cerquita el Corso,
y si por dentro se queman
allí se refresca todo…”
Por aquellos años, el agua era un elemento fundamental para festejar el carnaval; un dibujo de Meyer publicado en “El Mosquito” el 11 de febrero de 1866 con el título “Una azotea el martes de Carnaval”, muestra miriñaques, baldes de agua, huevos, jeringas, “y otros objetos encantadores y carnavalescos”. La industria de la serpentina recién llegó al país en 1914 y hubo casas productoras de serpentinas y papel picado que llegaron a producir de ochenta mil a cien mil kilos de papel, claro, antes de que éste empezara a escasear, allá por la segunda mitad de los años 40, compensándose esa escasez con la aparición de los lanza-perfumes, cuyo uso tenía restricciones policiales tan tenidas en cuenta como la prohibición de cohetes, explosivos y petardos que cada fin de año se recordaba en los edictos.
De todos modos, la serpentina no era menos peligrosa: envolviéndolo con ella, una patota le prendió fuego a una máscara famosa: el “Oso Carolina”.
Después aparecerían fastuosas comparsas de primera línea, que tienen que ver más con el mundo del espectáculo que con la diversión popular.
La paulatina decadencia del Carnaval a partir de su desaparición del Almanaque, que finalmente lo ha rehabilitado este año, también casi ha hecho desaparecer las tradicionales murgas de los pibes de los barrios (es cierto que la mayoría de los barrios hoy solo lo siguen siendo en la nomenclatura), que hacían sonrojar a las chicas (hoy son las chicas las que dicen cada cosa que los que nos sonrojamos somos los representantes de la tercera edad).
También es cierto que en otros tiempos, el carnaval era sinónimo de “destape” en el vestir, en la conducta, en la relación de pareja… ¡cuántos fogosos noviazgos se iniciaron en carnaval y tras el “entierro” de éste, si te he visto no me acuerdo!
Un destape que, por otra parte, hoy nadie necesita que le sea marcado por el almanaque; cualquier adolescente se cubre hoy sea el día del año que sea, si se le ocurre, con una capa negra sin esperar a poder disfrazarse de El Zorro; otros se dan el gusto de vestir ropas femeninas durante todo el año; las chicas no dependen del disfraz carnavalesco para mostrar fuera de la playa, los muslos o lo que se les ocurra sacar del anonimato. Hoy ya no tendría éxito entre nosotros un personaje como el Dr. Merengue y su Otro Yo, del inolvidable (para los que pasamos los cincuenta y tantos, obviamente) dibujante Divito, porque a nadie le preocupa ahora disimular –salvo, por supuesto, a los políticos –su verdadero Yo.
Ya no se espera Carnaval para dar rienda suelta al otro yo, pero su retorno al Almanaque hará que se lo espere como al Día de la Bandera, el Día del General San Martín, el Día del Maestro, el Jueves y Viernes Santo, el 25 de Mayo, el 9 de Julio… En fin, como cualquiera de los días que están en rojo en el Almanaque, posibilitando una escapada de fin de semana, o simplemente, no tener que ir a trabajar.
Siulnas
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